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martes, 24 de enero de 2012

La letra pequeña de los agrocombustibles


La tendencia de la adquisición de tierras por parte de extranjeros, especialmente en países de ingresos medios y bajos, ha generado gran preocupación en esferas de debate nacional e internacional porque tiene repercusiones en la distribución y uso de tierras, la seguridad alimentaria de las poblaciones y potenciales conflictos sociales. Aunque existe una gran incertidumbre sobre la cantidad de tierras que está “cambiando de manos”, de acuerdo a la Comisión Mundial de Seguridad Alimentaria de las Naciones Unidas se estima que entre 50 y 80 millones de hectáreas han sido objeto de negociaciones por inversores internacionales (CFS, 2011).

Desde una perspectiva global, uno de los elementos que explica este fenómeno es la nueva lógica de producción entre los países desarrollados que buscan canales alternativos para sustituir su dependencia al petróleo, reducir las emisiones de dióxido de carbono y satisfacer sus altos niveles de consumo energético y los países en vía de desarrollo que cuentan con los recursos necesarios, especialmente tierra y mano de obra barata, para producir esa energía a través de combustibles de origen agrícola o agrocombustibles.

La demanda energética de los países desarrollados fomenta la producción de soya, maíz y caña de azúcar entre las principales materias primas para la fabricación de agrocombustibles, provocando un cambio en el uso de los suelos (con severos impactos ambientales) y reduciendo la cantidad de tierras disponibles para cultivos destinados a la alimentación. Esta demanda afecta de manera directa al acceso de alimentos y presiona al alza de los precios de los mismos, el 75% del incremento de los precios de los alimentos se originó con la demanda de biocombustibles en el 2008 (De Schutter, 2010).

Brasil, principal país exportador de agrocombustibles a nivel mundial, junto a Estados Unidos son los principales promotores de la producción de combustibles de origen vegetal. A raíz de este fenómeno, el aumento en la producción de agrocombustibles tiene un impacto significativo en la estructura agraria de América Latina. Por ejemplo, se ha evidenciado una rápida subida en el precio de la tierra cultivable, que en el Brasil logró niveles record alcanzando los 2.506 $us en el 2008 (Mercopress, 2008). El efecto en el aumento del precio de la tierra se traduce en un incentivo para la acumulación de la misma generando potenciales conflictos agrarios dada la desigual distribución de tierras, que como en el Brasil, se encuentra también en Bolivia.

Uno de los países más afectados por esta tendencia podría ser Bolivia. En el caso boliviano, se estima que más de un millón de hectáreas estarían en manos de extranjeros (Urioste, 2011), principalmente brasileros que adquirieron thttp://www.blogger.com/img/blank.gifierras fértiles en el oriente del país. Con frecuencia, la tierra se vende a inversionistas sin atender a los intereses de las comunidades locales que dependen de estos recursos naturales, tierra y agua. Esto puede ser un problema serio para los agricultores a pequeña escala cuyo sustento depende del acceso a la tierra y cuyo sector es precisamente el más vulnerable en términos de seguridad alimentaria.

Autor: Rossmary Jaldín (Fundación Tierra)

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